Karsten Krampitz, Berlín (D)

Nacido en 1969 en Rüdersdorf, cerca de Berlín; vive en Berlín. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, Ciencias Políticas y Literatura Alemana Contemporánea en la Universidad Humboldt de Berlín.

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De regreso a casa

Nouvelle (fragmento)

 

Derecho a réplica

En el Steinburger Allgemeine del 7 de marzo de 2006 usted escribió: “Antes y después de la muerte de Benno Wuttke hubo muchos fariseos, pero sólo un Judas: el colaborador informal ‘Clavel’, también conocido como Ulrich Schwenke”. Al respecto confirmo: jamás he sido colaborador informal del Ministerio de Seguridad del Estado de la República Democrática Alemana.

 

Steinburg, 14 de mayo de 2006.

Stefan Eisenmann, abogado, en representación de Ulrich Schwenke, párroco retirado.

 

 

Las flores son peligrosas, ¿lo sabía? Primero no lo podía creer; el sacristán lo contó unos días después de los hechos.

“Pastor Schwenke”, dijo, “cada mañana hay allí un ramillete”. Estaba siempre en ese lugar; a menos de tres pasos de la escalinata de la iglesia, junto a la cabina telefónica que antes estaba allí. La gasolina ardiente había dejado en el empedrado un círculo azul oscuro que la limpieza municipal tardó mucho en quitar… como una cicatriz en el basalto.

La mayoría de las veces eran claveles, contra los cuales la policía debía intervenir como había intervenido aquel día: sin embargo, los camaradas de la Policía del Pueblo se habían dado mucha prisa en sacar el cartel que el hermano Wuttke había colocado sobre el techo del vehículo.

 

Con el tiempo las flores fueron desapareciendo, pero nunca totalmente. A veces también había claveles al mediodía, ¿sabe? ¿Y qué se le va hacer? No está prohibido dejar caer una flor mientras se camina. Y cada vez saltaban dos señores del Lada que tiene ahí un lugar de aparcamiento permanente; un hombre para asegurar el corpus delicti, el otro para cubrirle las espaldas.

 

                            *

 

Nuestra iglesia en la plaza del mercado hoy es vista más bien como un museo, una parada para grupos de turistas. “¡Miren aquí! ¡Aquí sucedió!”

Pero las personas que viven aquí ya ni siquiera son supersticiosas. En esta ciudad el Todopoderoso es un rumor; los hombres han olvidado que olvidaron a Dios. Dios no existe.

Pero ¿por qué le cuento esto? Publique la carta de mi abogado. Y luego, señor mío, deje las cosas como están. Cui bono? Toda esa historia ha traído tanta desdicha. Y además, su artículo salió hace tiempo, conocemos sus respuestas. ¿Busca usted acaso la pregunta correspondiente? Así es el periodismo, ¿no?

Usted tuvo media página en la sección local. No es poco. En aquella época no podíamos siquiera poner los anuncios fúnebres.

¡Y eso no es todo! El señor reportero luego tiene tiempo para familiarizarse con el objeto de su supuesta investigación.

Ya le he dicho a mi esposa: “El hombre tiene agallas al aparecer aquí”. ¡Hombre, ¿con quién habrá hablado antes?! ¿Con otros reporteros? Siempre lo mismo: cuando llega el aniversario, los unos se copian de los otros. O, como usted, mi buen amigo, copian de algunas actas que encuentran. ¿Qué saben las actas sobre mí en cuanto ser humano? ¿Quién soy? ¡¿En verdad nada más que la suma de todos los episodios registrados sobre mi persona?!

Eso es una monstruosidad. Hemos desconectado el teléfono; el nuevo número no estará en la guía. Era insoportable. Todos esos extraños que a cada hora del día y de la noche creían tener el derecho de insultar. Mi esposa fue hostigada cuando estaba de compras… por mi culpa. Pero usted ya sabe todo esto.

 

Usted no sabe nada de nada.

¡Qué Judas ni ocho cuartos! Usted me parece un experto.

¿No es él a quien Jesús dijo: “Lo que quieras hacer, hazlo pronto”? Dígame cómo se puede revelar el escondite de alguien que tiene una vida pública. Alguien de quien todo el mundo sabe dónde está.

¿Y qué espera de mí? ¿Que yo también defienda mi dignidad con una soga? ¿Quién es usted? ¿Quién le da el derecho de divulgar esas cosas? Usted no sabe nada. Usted no tiene nada. No tiene ningún contrato que yo haya firmado.

Y luego ese mal gusto. Le ruego, cuando leo esa basura patética, ¿puedo citarlo?: “El tiempo cura todas las heridas.” Pero usted olvida que el tiempo mismo es la herida. Una enfermedad que pronto habré superado. En un par de semanas cumpliré setenta y ocho. ¿Me entiende? Pronto partiré de esta vida, regresaré a casa, y será otro quien me haga las preguntas.

No, mi buen amigo, no voy a rendirle cuentas a usted.

 

Por lo demás aún estoy sujeto al secreto de confesión del pastor, aunque esté retirado. En consecuencia, no puedo hablar con usted sobre todos y todo. Le parece cómico, ¿no? Un supuesto espía que invoca el secreto profesional. ¡¿No es esa una buena historia?! ¿Le pagan en ese periodicucho algo así como un premio por la caza? Quiero decir, ¡su esfuerzo y valor deben ser recompensados! No todos se animan a quitarle la cola al león cuando está muerto.

 

El abogado contó que usted es originario de Kassel. Qué bien. ¿Un redactor cuarentón que viene de Hesse? Señor mío, usted ha llegado lejos. Mi mujer decía: “¿Por qué no le mostramos a la gente de Kassel cómo vivieron ellos?” Sí, ¿por qué no? Pues bien, me gustaría echar un vistazo a sus actas. ¿Sería posible?

Ah, ¿esto ya es la entrevista? ¿Ya está grabando?

¡¿Qué ruido es ése?! ¡Lenchen! Hoy hubo ladridos todo el día. ¡MI DIOS! Lene, ¿qué hace el perro afuera? ¡¡¡LENCHEN, EL PERRO!!! Ve a ver qué ocurre, ¿sí? Nuestro perro está casi ciego. Ahora se la pasa ladrando de miedo. Pero ¿qué se puede hacer? Cerraré la ventana. Aguarde un momento, por favor.

 

                            *

 

¿Si pudiera hablar con él otra vez? Le preguntaría: Hermano Wuttke, ¿no has leído en la Biblia que el sufrimiento y la tribulación forman parte de la vida? ¿Que los testigos sobrellevaron con alegría lo que se les había impuesto? Está escrito sobre los apóstoles: “Salieron de la presencia del consejo, porque habían sido dignos de sufrir por Cristo”. Y el apóstol Pablo dice: “Nos gloriamos en las tribulaciones”. Y en la carta a los hebreos: “Aceptaron con alegría el robo de sus bienes”. Hermano Wuttke, ¿no lo has leído? ¿Cómo es que entonces te compenetraste al punto de dar semejante paso?

¿Acaso no soportamos tener como Señor a un crucificado? ¿A un amante indefenso, que no protestó, que desde la cruz oró por sus verdugos y ejecutores, que nos dijo: “¡Bendecid a quienes os maldicen! ¡Haced el bien a quienes os odian!”?

 

                            *

 

Mire, tampoco quiero hablar mal ahora de Benno Wuttke. Pero ciertamente tenía un rasgo singular: para él siempre fue difícil armonizar las categorías de tiempo y espacio. Nunca llegaba a las citas y hasta se podían encontrar dos, tres personas a las que había dejado plantadas al mismo tiempo, en el mismo lugar. Sin embargo, su verdadera profesión era el tiempo. La vocación de pastor del hermano Wuttke fue, como solemos decir, tardía, pues su primera profesión fue la de relojero. Por eso a menudo en el convento la gente murmuraba con satisfacción: Bah, ¿un relojero que no tiene noción del tiempo? ¿Que llega siempre tarde y que encima no encaja con los tiempos? Aún lo veo meditar, con su traje gastado y la pipa apagada, sobre no se qué nimiedades. A veces caía en ese maravilloso canturreo de su patria. Esa pronunciación de Prusia Oriental: “¡Tenerrr piedad!” O: ¿Porrr qué el apuro? Si no vienes hoy, vendrás mañana, o pasado mañana seguro…”

 

Al mismo tiempo siempre transmitía inquietud… ¿cómo puedo explicarlo? Una vez subí a su auto. No recuerdo adónde teníamos que viajar. La cosa es que iba a ponerme el cinturón de seguridad y él se echó a reír, me preguntó si ya no creía en Dios.

Pues bien. ¿Puedo confiarme al Señor en cada momento y lugar? ¿O lo estoy desafiando actuando así? ¿No representa el tránsito en las horas punta una buena oportunidad para demostrar la existencia de Dios? Mejor no. Y el hombre conducía en verdad como un loco. ¿Es correcto decir “loco”? Hay muchos que aún comparten la opinión de que Benno Wuttke fue un demente.

¿Estaba loco Jeremías cuando rompió una vasija y corrió por toda la cuidad con un yugo al cuello? ¿O Ezequiel, cuando abrió un hueco en la pared de una casa en lugar de usar la puerta? ¿O Jesús, cuando a la vista de todos se mezcló con el oscuro populacho? ¿Quién o qué es loco? ¿Y qué es normal?

 

En cualquier caso, el hermano Wuttke hizo cosas locas. Una vez, en Pentecostés, hizo volar una paloma dentro de la iglesia para volver más gráfico al Espíritu Santo. Durante otro oficio trajo un teléfono. Salmo 50, versículo 15: “¡Llámame en caso de necesidad, te salvaré!”

Aún recuerdo bien otro sermón: “Si no creéis como los niños, no encontraréis nada en el Reino de los Cielos.” Y todo el tiempo sostuvo bajo su brazo un gatito. Imagínese, los niños que estaban en la iglesia con sus padres… el brillo en sus ojos, ay. El hermano Wuttke contó que hacía poco había puesto al animalito encima de la estufa, bien arriba, y que luego había dicho: “¡Salta, gatito! ¡No tengas miedo!” Y en efecto, el animalito había saltado a sus brazos. Ese experimento lo había hecho después con la madre del gatito. “Nada de nada. No brincó.”, dijo el hermano Wuttke, “aunque perfectamente podría haber confiado en mí.” Pero no importa. Igual le daba de comer.

¡Qué ideas tenía el hombre! Para un oficio fúnebre hizo que el herrero le diera una pesada cadena que él arrojó al piso durante el sermón. Así sería, dijo, cuando perdiéramos nuestras cadenas.

 

                            *

 

Hacía tiempo que él se había liberado de sus lazos.

El hermano Wuttke hablaba cada tanto sobre el tema, digo mal, ¡le entusiasmaba hablar sobre eso! Ay, decía, él había sido un pecador arrepentido, un gorrón y vagabundo, hasta ladrón había sido. Pero sobre todo un borracho. Sin embargo, Jesús, nuestro Señor, se había acercado a ellos. Y ellos, los cansados y los agobiados, a él. El hermano Wuttke no podía decir por qué fue justo nuestra ciudad. Pienso que Steinburg sencillamente le habrá quedado de camino. En aquella época Benno Wuttke estaba acabado. Su primer matrimonio y su taller de relojería habían fracasado, las dos cosas al mismo tiempo. Y así recorrió el país, de Este a Oeste y viceversa. La frontera con Alemania Occidental aún estaba abierta en aquella época. Las borracheras estaban llevando a Benno Wuttke a la tumba. No era que no aceptara ayuda, era que nadie se la ofrecía. Una vez se metió dentro de una tienda para robar, en mitad de la semana, ¡en pleno día! A través de la ventana del sótano llegó hasta el depósito, tomó dos botellas de aguardiente e hizo tanto ruido (¡adrede!) que el hombre que estaba en la caja fue a ver qué pasaba. Benno le dijo al vendedor que fuera tan amable de llamar a la policía y ponerle fin a la tortura. Pero ¿qué hizo el hombre? ¡Le abrió la puerta! ¡Le guiñó un ojo a Benno Wuttke! “Todo está bien. Sé lo que necesitas ahora. Vamos, rájate.” Al fin y al cabo, no era su tienda.

Cuando muchos años más tarde, el hermano Wuttke narraba el hecho, agregaba: “No, si nadie ha visto a un curda como yo”.

 

                            *

 

Benno Wuttke estaba haciendo, por así decirlo, la tradicional caminata de los aprendices, pero no como aprendiz de relojero. Por otro lado, ¿existe la caminata de aprendiz entre los relojeros? Se puede llegar a una obra de construcción y preguntar: “Buen día, ¿tienen algún reloj para reparar?” En fin, da lo mismo. El hombre estaba a la deriva, quería hacer una buena “baza” en Steinburg, esperar delante de los cementerios y las iglesias hasta que la gente saliera. No es algo excepcional. O se acosa al pastor en la puerta de su casa: “¡Alabado sea Dios, un caminante hasta aquí llegó. Una pequeña contribución para con este honrado vagabundo”. Y con el dinero se emborrachan. De todos modos, ese día nuestro Benno Wuttke estaba relativamente bien “provisto”, por no decir que se caía de borracho.

En ese estado –en realidad ya estaba a punto de volver a abandonar la ciudad– llamó a la puerta del viejo edificio de ladrillos de la Comunidad de Cristo. Más tarde le contarían que entre balbuceos le había preguntado al sacristán si podía afeitarse en casa de sus señorías.

“¿Afeitarse?”, había preguntado el sacristán. Sí, quería afeitarse porque si no parecía un “pordiosero”.

 

¡Ay, Dios, los pobres! No quiero burlarme: están especialmente cerca del Señor. Pero lo cierto es que Benno Wuttke no tenía una fantasía pobre, era un comediante, y por cierto, muy talentoso. Tanta miseria, e inmerecida. El destino de un hombre, de proporciones dramáticas, y también una desgracia.

Usted puede imaginar el resto. Antes era el mismo Benno Wuttke quien adornaba sus leyendas. Decía que había tenido tanta suerte, que había sido como si los justos le hubieran preguntado al rey: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer? ¿Cuándo te vimos sediento y te dimos de beber?” Tonterías, toda la gente de la sacristía era muy amable. A la afeitada siguió una cama, un baño caliente, un almuerzo, un abrigo nuevo, y poco después Benno Wuttke experimentó la primera devoción.

 

Hoy nadie recuerda a la Comunidad de Cristo, por lo menos en nuestra ciudad. Era una iglesia libre, pero no muy grande. Su edificio estaba un poco apartado de la salida de la autopista. Al oficio divino del domingo venían a lo sumo veinte personas; cuando estudiaba teología, estuve allí una o dos veces por curiosidad. La comunidad originaria era mucho más grande, aunque era una escisión de otra escisión. Mucho antes de la guerra esas personas se habían separado del tradicional movimiento de Pentecostés, de su antigua iglesia libre, pero no aquí en esta zona, sino principalmente en Prusia Oriental. Esa pequeña comunidad en el suburbio era, si usted lo quiere, una iglesia de exilio en miniature. Oficialmente nunca existió, habría sido el colmo: ¡una iglesia de expulsados!

 

Sea como sea, el hermano Wuttke, que seguramente desde su niñez no había vuelto a pisar una iglesia, tampoco en la mayor necesidad, pero está el dicho, la necesidad enseña a rezar… el hermano Wuttke gustaba de glorificar su llegada a la Comunidad de Cristo, hablaba de una experiencia de despertar, como si aquel día hubiera salido de un sueño largo y febril.

Sin embargo, lo primero que hicieron esas personas fue llevarlo al hospital; lo otro fue días más tarde, si no el hombre habría caído en el delirio.

 

Quien más lo visitó fue Ellen, su futura esposa. La familia de ella fue la primera en acoger a Benno Wuttke. En aquella época Ellen realizaba la limpieza en el hospital y así podía ocuparse un poco de él. Le arreglaba la ropa, traía frutas, cuando se las conseguía, y sobre todo buscaba entablar conversación con él.

Benno Wuttke fue desde siempre un gran conversador, seductor y elocuente. ¡Ah, debería haberlo visto! Lo grave es que poco a poco me voy olvidando de la voz. Es una lástima. Ya no viven muchas personas con las que se pueda hablar sobre el tema. Muchos simulan haberlo conocido… pero nadie lo oyó. Con unas pocas palabras le tocaba el alma a uno. Sonaba como un “No te hagas problemas, yo me ocuparé. Todo se solucionará.”

 

A Ellen le gustaba cuando Benno Wuttke hablaba del futuro y al hacerlo se perdía en no sé qué sueños. Los viejos de la Comunidad de Cristo seguían realizando planes para el pasado. Se sabe: “Ay, ¿te acuerdas? Antes todo será mejor.”

A la Comunidad de Cristo pertenecían, salvo por Ellen, sólo señoras y señores de edad avanzada. Viejas personitas que a uno le hacían preguntarse cómo habían podido cruzar el río Oder. Hacía tiempo que no había bautizos, pero cada año había más entierros.

¿Y Ellen? Quería vivir. Vivir ahora. Pero ¿cuándo es “ahora”?

Pero probablemente es un punto débil de la cristiandad el hecho de que no haya mucho de que reír. La Biblia conoce pocas alegrías verdaderas para la vida terrenal. La promesa de felicidad no aparece en ningún lugar del Nuevo Testamento. Curioso, ¿no? Sin embargo, la felicidad estaba precisamente en la “abstinencia”. Para Ellen yacía en el hospital, en una habitación con ocho camas, justo delante de la puerta. La felicidad podía volver a andar derecha y sin ayuda. Hasta quería pasear. La felicidad se había afeitado, lavado el pelo y peinado y en realidad tenía un aspecto bastante simpático. Así, en todo caso, lo contó Ellen cierta vez. Benno Wuttke se había arremangado la bata. Y Ellen no pudo sino acariciar y alisar los vellos crespos de su antebrazo.

 

Sin embargo, antes Ellen no había estado para nada entusiasmada. Se espantó, más aun, casi se encolerizó cuando el padre le dijo aquella noche que ese hombre, ese extraño, por lo pronto dormiría en la recámara. ¡Qué raros se habían vueltos los padres! Apenas podían mantenerse a sí mismos; su poquito de jubilación alcanzaba justo para las medicinas en el mercado negro, el alquiler y la leña. Era Ellen la que traía a casa el dinero y la mayoría de los vales de alimentos. Era Ellen quien cocinaba y lavaba la ropa. ¡Y ahora el padre venía de la reunión de la comunidad trayendo a alguien así! ¡Alguien que había querido afeitarse en la iglesia! El que no pueda afeitarse en la casa de la Comunidad no es un motivo para traerlo a la casa. Los padres eran como niños que después de jugar traían un gatito vagabundo sin saber que causaba trabajo y esfuerzo. Ese extraño era un bribón, alguien que sólo causaría fastidio, que no estaba en su sano juicio y que además tal vez tenía piojos. Y encima ese olor acre que emanaba de él… Y sucedió exactamente así: ya al día siguiente debieron llamar por su culpa al médico, que lo único que hizo fue menear la cabeza.

 

Pero ahora –después de una semana en el hospital– se podía reconocer en él a un ser humano. Un tipo fuerte, completamente distinto de los hombres de Steinburg, los viejos y los inválidos o los imberbes de lengua atrevida que siempre le gritaban cosas a ella en la calle. Su nombre era Benno Wuttke. ¡Y qué manos tenía! Tan grandes que no encajaban con el oficio que él decía haber aprendido. ¿O acaso siempre había reparado relojes de estación o de campanarios?

 

Ahora estaban sentados al mediodía en el banco de afuera, y Benno Wuttke relataba cosas sobre el mundo, los relojes… y la comida: Ay, su mayor sueño era haber tenido alguna vez en la vida un pollo asado entero, sólo para él, un pollo que no debiera compartir con nadie. Una verdadera felicidad sería eso, algo para recordar durante toda la vida. Y a medida que ese tal Benno Wuttke hablaba, para Ellen fue como si alguien hubiera abierto una ventana. Eso no se puede explicar; Ellen misma no lo entendió. Wuttke no había dicho nada importante, pero oírlo era como… como respirar.

Pero estoy contando demasiado.

En cualquier caso, unos días después le trajo el pollo asado. Los rezos de Benno Wuttke, pues, habían sido escuchados. ¿De dónde lo había sacado?, quiso saber él. ¡Así, ¿sin vales de alimentos?! ¡Qué alegría! Ambos estaban sentados de nuevo en el banco de afuera, lejos de miradas extrañas, y Benno Wuttke le ofreció un ala, pero Ellen dijo que no. No, no, el pollo asado era sólo para él. Debía disfrutarlo.

 

Los años pasados en la Comunidad de Cristo dejaron su marca en Benno Wuttke. Los hombres de esa iglesia libre se sentían llamados a realizar un especial “servicio de testimonio”. No quiero explayarme sobre eso. ¡Tendría que haber visto usted al viejo pastor! Ese hombre lamentaba los domingos no sólo la decadencia de las costumbres y la moral, también echaba pestes contra la nicotina y la adicción a las golosinas… ésos eran en verdad los problemas más urgentes. No podía atacar continuamente al comunismo, habría habido problemas. Además, San Pablo dice que todos estamos sometidos a la autoridad, y los romanos no eran mejores que los rojos. Lo que no deberían haber hecho es haber votado a los nazis. Aun así, los temas que quedaban para el oficio divino eran todo el mal del mundo, las catástrofes, los numerosos desastres naturales, sin olvidar las creencias falsas divulgadas en todas partes. Todo esto debía ser un signo de que pronto despuntaría su reino, ¡el señorío de Jesucristo! Y de esto querían ser testigos.

Pero lo que en verdad caracterizaba a la comunidad era la solidaridad, la cohesión. ¿Sabe usted?, las personas que se necesitan mutuamente se tratan distinto, no como lo aprendemos y vemos hoy: el capitalismo es la libertad respecto a los otros; Jesús es, sin embargo, la libertad a favor de los otros.

Por cierto, en la comunidad había cierta severidad en cuanto a las formas. ¡Y parece que Benno Wuttke una vez fue a la iglesia vestido con “vaqueros”! “¡Tenerrr piedad!” Dicen que se produjo una revuelta. En la Comunidad de Cristo se le daba mucha importancia a que la rectitud se reflejara en la ropa… y, por cierto, en la conducta.

 

Así, pronto Benno Wuttke estuvo entregado a un trabajo reglamentado. Usted lo sabe, el tiempo es oro. Y cada tiempo necesita su reloj. En este sentido Benno Wuttke, que siempre era impuntual, llegó justo a tiempo para establecerse como relojero en Steinburg.

Con el tiempo llegó hasta cierto bienestar: nuestro Benno Wuttke, además, comerciaba activamente en el local con toda clase de mercaderías usadas: cinturones, ollas y ¡hasta tijeras! Esos años no se podían comprar tijeras en ningún lugar. Pero sobre todo ofrecía relojes, relojes pulsera usados. En cantidades increíbles. ¡Usted ni se imagina de dónde venían todos esos relojes pulsera!

Su tienda la visitaban de tanto en tanto oficiales rusos, esos que desde el final de la guerra quedaron estacionados en Alemania. Esos soldados del Ejército Rojo todavía tenían la mercadería guardada por ahí. Entre ellos los relojes pulsera fueron durante mucho tiempo una especie de moneda. Un medio de pago, cuyo valor, sin embargo, caía. Hoy es imposible de imaginar. ¡Esos tipos ahorraban relojes!

El maestro relojero Wuttke los ayudaba, pues, a cambiar la vieja moneda por la nueva. Eso se divulgó, y Benno Wuttke disfrutó de una buena reputación en la plana mayor de la guarnición de Steinburg. Y así más de un oficial le expresaba su agradecimiento con una botella de vodka. ¡Vodka! Benno Wuttke, que estaba profundamente contento de haber escapado al flagelo del alcohol, no tomó “ni un traguito”; y no podía hacer otra cosa que a su vez pasar este regalo a la clientela. Con un pequeño aumento por los costes, se entiende.

Benno Wuttke no quería estar con las manos vacías cuando pidiera la de Ellen a sus padres. Y los padres estuvieron, según sé, muy aliviados cuando lo hizo.

Se dice que el casamiento fue un festejo magnífico. Fue el último enlace en la Comunidad de Cristo de Steinburg. Luego llegó a haber un bautizo, el de Karlchen. Aún oigo al hermano Wuttke decir: “Ojalá nuestra cigüeña sea diligente.” La cigüeña trajo al niño apenas dos semanas después de la boda. “Un pequeño milagro, ¿no?”

 

Traducido por Nicolás Gelormini

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