Dorothee Elmiger

Nacida en 1985 en Wetzikon; reside en Berlín. Estudios en el Instituto de Literatura de Suiza de Biel/Bienne; cursa un semestre en el Instituto de Literatura de Alemana de Leipzig

 

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Dorothee Elmiger

Invitación para temerarios

Fragmento

 

Traducido por Nicolás Gelormini

 

Yo, por mi parte, pasaba mucho tiempo sola con los libros. No se me notaba nada.

Me levantaba por la mañana, hacía café, me ponía delante de los libros, los observaba, bebía el café y me iba.

Después regresaba.

No sabía nada sobre los libros. Habían estado desde siempre en la casa arriba de la comisaría. No sabía quién los había traído, no sabía a quién pertenecían entonces ni a quién pertenecerían más tarde.

Leía libros especializados y de divulgación. Textos científicos sobre minería, libros sobre navegación, el segundo tomo de Elementos de Historia, desde las revoluciones burguesas hasta el presente, una introducción a la astronomía, Los mares del mundo, dos tomos sobre las aves europeas y Alaska-México(9148 millas desde Anchorage hasta Oaxaca). El desierto está vivo, Winston Churchill, Las plantas, tomos 1 y 2, The Beauty of America, Islas atlánticas, Angers sous l’occupation. El cruce de los Alpes en avión, con 191 fotografías aéreas y una ilustración a color basada en un cuadro de F. Hass. Maravillas del planeta, tomos 1, 5, 6 y 7.

 

Leía sentada a la mesa de la cocina. Leía mientras Fritzi vagabundeaba por la región. Un acuerdo que no habíamos pactado. A veces levantaba la vista, y ella pasaba a lo lejos, afuera, lentamente, a campo traviesa. Aunque caminaba despacio una vez llegó hasta St. Beinsen. Me orienté por los castilletes, dijo cuando volvió.

 

Apilé los libros sobre la mesa de la cocina. Hice investigaciones. En algún momento descubrí en una de las 191 fotografías aéreas que había tomado Walter Mittelholzer en 1928 ciertas flores diminutas que ya conocía del tomo 2 de Las plantas. En el sexto tomo de Maravillas del planeta se me explicó la construcción y el funcionamiento de los aviones. El desierto está vivo me dejó perpleja, y Walter Mittelholzer sobrevoló el Kilimanjaro el 8 de enero de 1930. En el tomo 5 de Maravillas del planeta un capítulo sobre la explotación minera escrito por Hanns Günther, que también era el autor de El libro de los aviones. Allí: Los imponentes castilletes que se alzan sobre los pozos que se hunden verticalmente en la tierra.

 

Todo lo que merecía ser recordado yo lo conservaba en la memoria; por la noche realizaba un informe. Fritzi escuchaba y agregaba lo que faltaba decir. Por ejemplo, yo citaba a Joseph Conrad cuando se refiere al práctico del Mar del Norte: Él desconfiaba de mi juventud, de mi sentido de realidad y mis capacidades náuticas. Y entonces Fritzi decía que ella había caminado bajo un cielo nublado, que había llegado a un extremo de la región y no se había sorprendido.

 

Sabíamos poco. Yo no sabía por qué leía los libros. Fritzi no sabía qué debía decirse. En verano, lo primero que hacíamos era imaginar cómo sería el invierno: ¡nos perderíamos en las alturas a causa de la violenta nevada!

 

Las circunstancias del país eran insólitas, nuestra situación era inaudita, no la encontré reproducida en ninguno de los libros. Al menos en el atlas mundial pude hacer con un lápiz una cruz sobre la llanura carbonífera, comprobar en qué huso horario nos encontrábamos. Anoté los grados de longitud y latitud.

 

También nuestros cumpleaños: Fritzi Ramona Stein 17 de abril, Margarete C. Stein 25 de septiembre, Heribert Stein 4 de julio, Rosa Stein 5 de enero.

Anoté en forma de lista los títulos de las canciones.

El fuego ya me llega a las rodillas.

Hacia el Este.

Aquí es ninguna parte.

Return To Burn.

 

Sabíamos poco. Eran noches conspirativas, comíamos huevos duros y puerros. Conservas de tomates, remolachas, y apio. Pelábamos papas. Todo un revuelo en la cocina.

 

La escritura estaba unida a dificultades considerables, hice infinitos intentos. Escribí:

 

Fritzi Ramona Stein y yo somos la juventud de la ciudad, únicas hijas de un comandante de policía y una renegada de la que no conocimos casi nada.

Nuestra herencia es un territorio abandonado.

Aquí reina una gran devastación que no sabemos enfrentar.

Desde que tenemos memoria somos sus hijas.

Esa devastación es nuestra juventud.

Vinimos demasiado tarde.

Aunque se nos diga que antes las cosas no eran mejores, y aunque el comandante de policía y sus funcionarios sólo sean capaces de hacer patrullajes, de citar leyes sin gran entusiasmo, de obedecer al tiempo, aunque nuestra arisca madre se haya ido, a pesar de todo nos habría alegrado que nos transmitieran algunas indicaciones, instrucciones acerca de cómo actuar en el futuro, un manual para el trabajo, las revoluciones y el mar. ¡Levanten los pequeños puños como antenas hacia el cielo!, podría haber sido la instrucción.

Pero se impidió con éxito cualquier vínculo entre los antepasados, los eventuales acontecimientos anteriores y nosotras, la juventud aquí presente. Todo se nos transmitió de modo fragmentario. Probablemente, en su celo, el comandante de policía también administra la historia o quizás la tiene inutilizada en sus manos, esto es al menos lo que yo conjeturo. Mensajes provenientes del pasado hay en los archivos y ficheros de la comisaría. Como estadística, como razonamiento lógico, como prueba infalible.

 

Intentos de hacer una crónica que nos ayude en este desastre. Escribí:

 

¡Intenta ser obediente!, es decir, subordinar obedientemente los acontecimientos a aquello que es reconocido como historia. Subordinar obedientemente los acontecimientos a una cronología, aunque esto signifique simplificar desvergonzadamente todas las cosas, a la vez que relativizarlas y renunciar por principio a la contradicción, a que se formen grupos y alianzas, a que haga aparición la contingencia.

 

Mecanografiado más tarde:

 

Sobre La postura del hombre moderno respecto a su pasado, sobre la importancia de las marcas antiguas de la región: castilletes, bocas de pozos, vías férreas, escoriales. Sobre la importancia de las marcas más recientes y nuevas: grietas en el suelo, recorridos en la nada, depresiones del terreno.

 

¡La región sólo produce terror y espanto! ¡Devora liebres con piel y todo, ratones y hurones!

 

Al final simplemente intenté proclamar mi opinión.

 

Éste es el relato de una ciudad que está a punto de extinguirse tras decenios en los que lo único que se inició fue un fuego que ahora sigue ardiendo en las galerías subterráneas.

También se cuenta sobre las pocas casas que quedan en el país desierto, sobre los hombres y las mujeres que las habitan.

La descripción de la vida de las hijas Stein. Dónde y bajo qué forma llegan al mundo, qué ven en él, qué aprenden, experimentan y soportan.

La juventud lee libros y busca un río. La juventud planea encontrarse próximamente a orillas del río. No recuerda la época anterior al fuego, pero aun así lo intenta. Se emprenden viajes. Y también un caballo ayuda tirando.

En toda la historia no hay nada misterioso, aunque esporádicamente provoque confusión e inquiete los ánimos asustadizos, pero esto también lo hace con frecuencia la vida. Lamentablemente no se puede evitar.

 

                       *

 

Sucedió una tarde. Abajo había dos funcionarios policiales apoyados contra el frente de la casa y hablaban en voz baja. Yo los observaba.

Esa tarde había leído por primera vez acerca del río.

 

Mis amigos de Missouri me recomendaron llevar herramientas para construir canoas y así llegar por ese río hasta el Pacífico.

 

El río se extendía ante mí. Su nombre era Buenaventura. En toda su extensión corría apacible, pero no dejaba de ser peligroso. A veces se me antojaba áspero. Apenas nacido de la falda oriental de la cordillera, atravesaba las zonas calurosas del sur, regiones subtropicales, Florida.

 

Estaba sola. Fritzi había salido. Nuestro padre, H. Stein, estaba abajo en la comisaría. Todavía no le había contado a Fritzi sobre el río. Comí un pedazo de pan y me senté de nuevo a la mesa.

 

Dos curas y un viejo cartógrafo habían descubierto el río en 1776 durante una expedición. Fue un día de comienzos de otoño y con seguridad el cartógrafo andaba ligeramente doblado, por los dolores de estómago. A mano alzada votaron para acordar un nombre. De inmediato el cartógrafo anotó en sus registros el río y su ubicación. Después siguieron viaje.

 

En los libros encontré un mapa de 1823 en el que figuraba un río llamado Buenaventura que desembocaba en un mar. A la izquierda, en espaciadas letras de tinta china: TIERRA INEXPLORADA.

 

Cuando me asomé por la ventana, los agentes aún estaban allí. No podía verlos, era demasiada la oscuridad, pero oía sus voces.

 

Se desconoce cuál es el extremo occidental de ese mar.

 

Cambié de sitio el cono de luz que salía de la lámpara del escritorio. Años más tarde, en otras expediciones, investigaron esa tierra desconocida. Perdieron el río; no lo volvieron a encontrar; después lo buscaron demasiado al sur. Se lo supuso más al este; se lo creyó en el norte; se dudó de él, buena ventura.

 

En 1844 J. C. Le-Mont descartó definitivamente la existencia del río. Tampoco él lo había encontrado en su expedición topográfica. Cuando le informó al presidente, éste lo llamó joven y habló de la conducta impulsiva de los jóvenes.

 

Ya por la noche Fritzi entró en la cocina. Colgó su anorak sobre el respaldo de mi silla. El ancho río seguía corriendo ante mis ojos. Todo lo que dije fue: Según mis propios cálculos el río Buenaventura discurría hacía 240 años por esta región.

Fritzi asintió: Entonces busquémoslo.

 

                            *

 

Aquella noche:

Subí a mi moto y recorrí la ciudad. Conmigo paseaba la mayor de las inquietudes. La ciudad estaba a oscuras, en casa de Elisabeth Korn aún brillaba la luz de la primera planta, pronto también esto quedó fuera de mi vista. Dejé atrás la ciudad. En mi viaje hacia el sur, busqué el Buenaventura con paciencia e inquietud. Inopinadamente la moto saltó un umbral, luego todo fue como antes.

 

                            *

 

Sin decir nada Fritzi se sentó conmigo a la mesa de la cocina, su despertador había sonado varias horas atrás. Tenía el pelo desgreñado.

Juntas observamos en silencio eso que aquí llamaban cielo, y eso que, debajo, alguna vez había sido el país y ahora era apenas una extensión. A lo lejos se veían tres castilletes inmóviles. Aún tensos, los cables de acero corrían hacia abajo por las poleas. De los pozos salían túneles con vías que se hundían en la tierra. Los castilletes eran los únicos puntos de orientación que el país ofrecía al ojo. (¿Y las colinas? ¿Y las casas y carreteras?)

Los yacimientos carboníferos del norte se referían a sí mismos: el descenso a las profundidades de hombres que habían inscripto cada época de la región.

Las uñas de mis dedos estaba negras de polvo de carbón. Aun cuando abandonáramos la región, llevaría el polvo conmigo.

 

Fritzi habló con prudencia sobre el paisaje imposible: Desde hace tiempo, dijo, intento comprender el paisaje. Observo, dijo, los castilletes que se alzan hacia el cielo, y observo las vías que corren cada vez más profundo, porque descienden y descienden, observo el cielo, pues también el cielo es sintomático, también pertenece al paisaje. Cuento los colores, dijo, mi vocabulario se agota después de marrón, verde oliva y negro, y si lo pienso, esos son todos los colores que hay aquí. Observo las pocas casas que hay en el paisaje, alejadas unas de otras a distancias azarosas. Obstinadas y solas, conservan el nombre de sus calles pero han perdido toda conexión. Las antiguas casas adosadas hoy están dispersas a lo largo de interminables calles principales y deben ser salvadas del derrumbe mediante altas pilas de tejas colocadas a sus costados.

Dijo: el país está tumbado de espaldas, no funciona más.

 

                            *

 

Las noches siguientes soñé con el Mekong. El río Mekong se ensanchó con el tiempo. En el medio de las aguas se mecía un pequeño buque de carga, transportaba dos jaulas con gallinas. Manejaba el timón una mujer con sombrero. Al caer la oscuridad, cuando el calor bochornoso se hizo más nítido, se oyeron voces que se gritaban de una orilla a otra, hasta bien entrada la noche.

 

Llegó la mañana, y escribí en un pedazo de papel:

En búsqueda de un río.

¡Oh, buena ventura!

El procedimiento: profusa investigación en el terreno y en los libros sobre el pasado y el presente de la región. Interrogar a los habitantes. Eventuales excavaciones arqueológicas.

 

Después me quedé en la cama y pensé en los animales del delta del Mekong. Monos pequeños se apretaban contra los troncos, los peces migraban, un pez gato nadaba casi en la superficie, y una grulla siberiana pasaba volando.

 

                            *

 

Finalmente encontré información útil en los estantes, incrustada entre los libros. Algunas fotografías: 4 de diciembre de 1908. 150 personas sin techo después de un incendio. Están bajo un árbol pelado. En el fondo, nubes de humo y, como si se tratara de nieve, montañas de escombros y cenizas. ¿Fuego iniciado por la empresa minera para llegar directamente a las vetas de carbón? Cartas, anotaciones: 12 de mayo de 1902, huelga; 3 de octubre de 1902, 122 mineros en huelga obligan a los rompehuelgas a irse en un vagón de ferrocarril con la leyenda Sociedad Minera L. A. Rilken.

 

Una fotografía muestra toda la extensión de la mina de L. A. Rilken en 1880. Fotógrafo: G. Schwarzer Wildenstadt.

 

Sector excavado en 1963. Sociedad de Acciones Carbonera Mamut. En primer plano, una excavadora ridículamente pequeña.

 

Erik Danz, once años, está sentado sobre el gigantesco ventilador de la mina, 1959. Hijo de Karl Danz, el primer trompetista de la orquesta de vientos local.

 

                            *

 

El Gran Erg Occidental de África, el Gran Erg Oriental, el Gran Erg de Bilma, Erg Igidi, Erg Rebiana, los desiertos Erg Schech, Fesan, los desiertos Gapawa, Hamada del Draa, Hamada el Hamra, Kalahari hicieron que las ramas del antiguo boj se inclinaran hasta tocar el suelo, en lo más profundo de los grandes desiertos Kamaturi la madera de mi bote se pudrió; ante esos desiertos sentí sed, los animales ya habían sucumbido, habían terminado por buscar líquido en sus propios estómagos. Los grandes desiertos de Karakum, Kyzyl Kumm, Lakamari, Makteir, Masagyr, los desiertos de Moritabi, Mujunkum, Trarza se abrieron paso y terminaron por dejar algunas huellas en los Alpes, Uaran.

 

El libro Cómo aprovechar o eliminar los diversos componentes de una construcción ya existente de Hirsch y Elm apareció en Turín en 1951. En la cubierta estaban Hirsch y Elm con sombrero, dos jóvenes canadienses llevados a Italia a la edad de 24 y 27 años. Estudiaron, eso decía la solapa, estática y dinámica en la Universidad de Turín, y más tarde construyeron el gran puente en arco de la Quebrada del Diablo,

en Canadá, varios puentes de estructura de acero, para ferrocarriles, entre los que destacan, eso decía la solapa,

el Rose-Blixt Overpass,

el New Turnpike Bridge,

en Europa además,

el puente de Hotzentötz,

el puente de la Garganta de Weber,

un puente en arco de piedras, en un lugar desconocido (¿Italia?):

Ponte sul fiume Bonaventura,

eso decía la solapa.

 

Busqué un río Bonaventura en los mapas de Italia que encontré en la casa. Quizás, pensé, todo era un malentendido. J. C. Le-Mont había registrado el nombre del río, en lugar de en Italia, en un mapa equivocado.

 

Ponte sul fiume Bonaventura.

 

Cuando ese día le pregunté a H. Stein por Hirsch y Elm, me sustrajo el libro esgrimiendo un concepto policial y lo arrojó a un montón de madera terciada que ardía detrás de la comisaría.

 

Fritzi se encogió de hombros. ¿Elvis Hirsch?

 

                            *

 

No nos quedaba más que comenzar la búsqueda desde el principio. Con cuerpos de animal íbamos y veníamos por los diferentes cuartos de la casa.

 

Mis cronómetros y barómetros estaban ahora en constante peligro. Una mula que tropezara podía destruir todo.

 

Fritzi despareció en la bañera, yo me quedé junto la ventana de la cocina, y vi a Henrik, Dünckel y Schroeder que fumaban cigarrillos en el estacionamiento. Heller limpiaba su auto con una aspiradora.

Me senté en el rincón oscuro. Incluso aquí en el desierto oí el suave susurro del río. Entonces era verdad que corría por aquí cerca, en un lugar entre St. Beinsen y Wärgl, Hasseldorf, Ansburg y la línea de demarcación. Algunos ríos desaparecen y vuelven a aparecer en otro sitio, a través de un ponor llegan a paisajes cársticos subterráneos y grutas sinuosas. Después desembocan en el Mar de la China. Fluyen en dirección suroeste y pasan junto a un camping. Reaparecen justo detrás del aeropuerto.

 

                            *

 

El 11 de mayo, hace algunos años, 7000 trabajadores y trabajadoras de la planta Buen Ánimo en las afueras de Wildenstadt se declararon en huelga. Además, en Belkenburg 10000 personas interrumpieron el trabajo, en Usten fueron 4000. Siguieron huelgas en Hasseldorf, St. Beinsen y Oberfeldstadt; en todos los sectores del yacimiento había huelga.

 

En las diferentes minas se votaron las medidas a seguir. 91 delegaciones elegidas por 20.000 mineros y empleados se pusieron en marcha para anunciar sus exigencias en la capital.

 

                            *

 

En Usten Fritzi encontró un caballo. Sin duda andaba errante por la maleza de la colina; ella lo tomó del cabestro, que ya estaba quebradizo y casi sin color, y lo condujo desde Usten y las colinas hasta el cruce, donde en el semáforo revoloteó un papelillo y el caballo se asustó.

 

Le llamé la atención sobre el nombre Bataille, y ella dijo que probablemente era un nombre apropiado para este último caballo del desierto africano.

Pensé en la mula que tropieza.

 

Quizás lo único que debía hacer era escribir sobre la piel del caballo el tiempo suficiente y todo lo importante quedaría dicho.

 

¡No, no!, gritó Fritzi.

 

                            *

 

Estuve en Usten, también pisé Hasseldorf, visité Belkenburg, recorrí Hinterzell, St. Beinsen, Wildenstadt, pasé por Unterdorf, di una vuelta por Wärgl. Vi los lindes de los bosques, escuché el grito de un pájaro y, desde lejos, el retumbo del centro de transformación que está en Wärgl, pensé en el Mekong, el Nilo, el Amazonas, el Yangtsé, el Po y el Misisipi. Buscaba el Buenaventura.

 

Un albatros pasó muy cerca de mi cabeza pero no se posó en tierra.

 

Anduve todos los caminos hacia el sur, seguí los senderos hacia el norte, caminé en dirección al este, y por supuesto, hacia el oeste. También Fritzi había marchado por estas rutas, me llevaba ventaja a lomos de Bataille, el caballo, luego corría detrás de mí, a intervalos regulares se cruzaba en mi camino. Nos encontramos azarosamente en los lindes de los bosques, en las cañadas más profundas, junto a pequeños aguazales, charcos, estanques, nos encontramos bajo los castilletes y en el gran ventilador, nos dábamos cita en el campo, amarillo como la sabana, estábamos a la búsqueda del río.

 

Y la luz se alzaba y descendía, y los día pasaban de puntillas, en un momento fue verano, después llegó el otoño y pronto sería invierno.

 

Afuera Fritzi andaba con el caballo atado a una cuerda suelta. Los caballos tienen un radar infalible para el agua, dijo ella, les tiembla la nariz, y excitados extienden su cabeza en determinada dirección.

 

El albatros voló hacia allí.

 

                            *

 

Nos llegaron 41 ejemplares del periódico para mineros llamado Sobre la mina voló un pájaro carpintero. Nos los había enviado el escritor Peter Wassermann, aunque no nos conocíamos en absoluto: A los hijos e hijas de la región, a los nietos y nietas, esa era la dirección que había consignado en la caja con los periódicos.

 

El papel de los números más viejos estaba amarillento, tenían casi cien años de antigüedad, otros eran más recientes que nuestro padre, provenían de la época inmediatamente anterior al fuego. En algunas páginas alguien había hecho notas y subrayado ciertas líneas, probablemente Peter Wassermann:

 

Río conjeturado

escribió al margen en una página. En otra subrayó Rosa Luxemburgo y algunas frases de Friedrich Engels. En el número 53 subrayó la palabra mañana en todas las páginas, en total once veces. En el número 70, les dibujó bigotes con un bolígrafo a los 17 mineros que aparecían la foto de la portada.

 

También escribió al lado del título algunos versos sobre un pájaro carpintero.

 

Si por la tarde pasa

el pájaro carpintero,

por la mañana nos reuniremos.

Fritzi, pensativa, miró a lo lejos a través de un jarro de agua. Nos reuniremos por la mañana, dijo despacio,

¿nos reuniremos por la mañana con Bataille, el caballo, con un martillo y un pico para recordar?

 

                            *

 

Querido Peter Wassermann, escribió Fritzi, sentada en la cocina delante del jarro de agua. Nosotras, las hijas del territorio, hemos recibido su paquete. Su paquete,

señor Wassermann.

 

Abandoné la cocina y en el corredor me puse una gorra. Afuera ya se oían los pasos del caballo.

 

Quizás, pensé, lo único que debía hacer era escribir sobre la piel del caballo el tiempo suficiente y todo lo importante quedaría dicho.

 

¡No, no!, gritó Fritzi y dijo: Por supuesto hablamos del pelo de este caballo blanco. Y también hablamos de la fina grava del camino que va hacia Hasseldorf. Hablamos del tiempo anterior a la noche y de los tiempos nocturnos, de la transformación de la luz a lo largo del día, de los signos del otoño. Hablamos de los papelillos que encontramos en los bolsillos de nuestros pantalones y de los antiguos caminos de la región.

 

¡Sí!, hablamos de los viejos caminos, de los últimos arbustos a su vera. Del pequeño abedul con las hojas redondas, en las afueras de la ciudad, detrás de la piscina. De las finas venas que recorren las hojas redondas. De las casas y las plantas mineras.

 

¡Pero no es suficiente, Margarete! No es suficiente, ¿me escuchas?

También debemos pensar en el pelo de este caballo blanco y su futuro. Debemos hablar sobre el tiempo inmediatamente anterior al despertar, sobre la transformación de la luz en algo mejor a lo largo de un día, sobre los signos del próximo día, que será como nosotras lo queramos. Sobre un flamenco y un gorrión y una grulla siberiana que vuelan en círculos sobre la región. Sobre las patas del albatros y las hijas de Hemingway. Sobre círculos de amigos. Sobre libros que terminan con pescadores que se levantan y barcos que zarpan. Sobre el oso de circo que se catapulta mediante un trampolín a través del espacio abovedado de la carpa. Del gato montés que se construye una guarida entre los arbustos. ¡Debemos encontrarnos en la habitación más cálida de la casa! Debemos afirmar con razón que este estado no es el definitivo. ¡No tenemos por qué creer que las cosa son inalterables!

También debemos hablar ahora sobre los caminos desconocidos de la región, y sobre los antes conocidos, caídos en el olvido. Ante todo debemos hablar del río, del río Buenaventura, hasta que lo encontremos. ¡Tan lejos llegaremos!

                            *

 

A orillas del Buenaventura haremos planes para después del invierno. Planes de cómo remediar 1) nuestra pobre existencia 2) este empobrecido trozo de tierra.

 

Planearemos una conferencia que se convertirá en una fiesta desbordada. En un bote a remo haremos por el Buenaventura una travesía que nos llevará hasta China. Proclamaremos de nuevo el país. Cabalgaremos en círculos sobre Bataille y de pronto abandonaremos la formación y desapareceremos. Representaremos en numerosas lenguas La enfermedad de la juventud de Bruckner, pero no nos disfrazaremos. Tendremos numerosos invitados, entre otros muchos, ingenieros de minas, arqueólogos, una unidad de bomberos, representantes de las artes, mineros de todos los continentes, un tipógrafo, varios jóvenes temerarios.

 

“Hay un hotel que lo está esperando”, escribiremos en la invitación oficial, nos ocuparemos del hospedaje.

Mecanografiaremos carta por carta: ¡la gran fiesta con motivo del redescubrimiento del río Buenaventura!, y meteremos cada carta en un sobre.

 

A la academia de minería

A la orquesta de Londres que oímos por radio

A los ya mencionados tipógrafos

A Erika Gerste y los señores Hirsch y Elm

A una estudiante de geografía de Berlín y Freudenberg

A un agrimensor de la ex República Democrática Alemana

A los bomberos de Nueva York

A algunos vagabundos de Idaho, Kansas y Montana

A Norma Jackson, arqueóloga

A la fotógrafa y corresponsal de guerra que estudió en Fráncfort del Meno

A los escritores Wassermann, Leu y Becker

A las cronistas de los países del norte de África

Al primer alcalde interino de Reikiavik

A la juventud de Atenas

 

En este fragmento se cita libremente a John Bidwell, Joseph Conrad, W. H. Emory, John Charles Frémont, Godspeed You! Black Emperor, Hanns Günther, Deryl B. Johnson y Peter Wassermann.