Antonia Baum, D

Nacida en 1984 en Borken, reside en Berlín. Cursa estudios de Literatura e Historia. Publica diferentes relatos breves en el semanario «Der Freitag» y en «Zeitonline».

 

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Vollkommen leblos, bestenfalls tot

© 2011 Antonia Baum

Traducido por Nicolás Gelormini

 

 

Sin vida, de ser posible, muerta

 

La ciudad tiene muchas ciudades dentro, pero por la noche es una ciudad distinta, uno se mete en su vientre.

Una vez vi a uno que estaba en medio de la muchedumbre iluminada de rojo y hundía todo su antebrazo entre las piernas de una mujer.

Con la mano libre apuntaba palabras en un cuaderno gastado, pues era escritor.

Su mirada alternaba nerviosa entre su antebrazo y el libro, que estaba sobre el estremecido vientre de la mujer, que parecía estar muy contenta con el brazo.

–¿Qué estás escribiendo? –pregunté.

El hombre sudaba y tenía el pelo desgreñado. Gritó en medio de la música que me informaría más tarde, por mensaje de texto, pero que si era urgente yo podía también buscar en Internet.

Me quise abrir paso en la multitud lo más rápido posible, para seguir bebiendo, pero entonces el escritor alcanzó mi oreja y dijo con cuentagotas:

–No son historias, solo cosas insignificantes. Pero no es culpa mía. Si fuera pobre, si fuera un árabe, si alguien me arrojara una bomba, o por lo menos me discriminara o violara mis derechos humanos, créeme, todo sería muy distinto.

 

 

 

1

Mis padres nunca deberían haberse conocido.

Mis padres se llaman Carmen y Götz, y estas dos personas no deberían haberse encontrado. En realidad, pienso, y arrojo el cigarrillo al techo de la terraza, mejor debería calificarlos de progenitor y progenitora, es decir como partes separadas, porque ni con mi mejor voluntad puedo hacerlos encajar en esa palabra única, en la palabra “padres”, para ellos sería algo inadmisible, y para mí, una mentira, sencillamente es improcedente y cuanto más lo pienso, más improcedente me parece, pienso, me siento de nuevo al escritorio e intento estudiar.

Hay demasiado ruido. No se puede estar más separado que mis padres, durante años se torturaron mutuamente con horripilantes maldades en los tribunales, hasta que no les quedó ningún motivo por el que pudieran acusarse, apenas entonces todo se tranquilizó en su desmembrado matrimonio infeliz, y lo que quedó es un resto de familia,  asocial, ahora no puedo pensar sino eso,  un resto de familia asocial y con dinero, que me aterroriza con sus gritos hasta el techo.

Las familias son invasivas, contagiosas, pienso. Abajo Astrid está chillando. Astrid, que sin pensarlo dos veces se casó con mi padre, le está gritando a él, que acaba de llegar no sé de dónde y no la escucha. Quien piense que Götz es capaz de escuchar tiene que estar muy mal de la cabeza,  pienso mientras tengo ante mí el pacto Hitler-Stalin. Pelean más fuerte, debería bajar y pedirles que se calmen, pero intento seguir leyendo, porque quiero. Irme, mañana es la última prueba del bachillerato, y después me iré de aquí.

Abajo suena una puerta, salto de la silla y corro hasta la puerta de mi habitación, pero me doy la vuelta y voy hasta la ventana, me siento en el alféizar, fumo, respiro y pienso, fumar en el alféizar ya te salvó la vida miles de veces, sí, pienso, sin la vista hacia el cielo y el cigarrillo del alféizar ya habrías saltado hace mucho por la ventana, pienso y arrojo el humo al cielo, que sigue detrás de las montañas.

Los chillidos de Astrid me taladran el oído. Y a una le dan escalofríos, es que aquí a una siempre le dan escalofríos, pienso, a la larga o a la corta siempre le dan escalofríos, pienso. Probablemente discuten sobre la nueva compañera de trabajo que estuvo de viaje de negocios con el ausentado Götz, y pone celosa a Astrid que, debido a esto, los últimos dos días estuvo andando por la casa como un cervatillo herido y me dio lástima. Astrid me da lástima, Götz me da lástima, Carmen me da lástima. Quiero estar sola.

Fue ayer al mediodía. Astrid estaba triste y comenzó temprano con el vino, como con ella nunca se sabe me senté a hacerle compañía.

Le acaricié la mano y asentí con la cabeza comprensivamente, aunque por lo general somos más bien reservadas en el trato. Me devolvió la caricia, jugueteó con sus aros de perlas que Götz tuvo que comprarle como prueba de amor, y después rompió a llorar. Lloró, ocultó su rostro lacrimoso detrás de siempre nuevos pañuelos de papel, que ella terminaba por despedazar, y con los restos construía montoncitos iguales en los que depositaba su temblorosa mirada mientras me hablaba del des-con-si-de-ra-do Götz, al que con toda razón todos consideraban un des-con-si-de-ra-do, como diría Carmen, porque tu padre hasta ahora nunca ha renunciado a nada, decía Carmen a menudo, cuando aún estaba aquí y más tarde, desde la Toscana por teléfono, Carmen lo decía una y otra vez y posiblemente, pienso junto a la ventana, también lo supo desde siempre.  Lo supo desde siempre y no me entra en la cabeza cómo alguien puede construir así su vida, cómo en plena posesión de sus facultades, con los ojos abiertos, alguien puede arruinarse la vida hasta convertirla en una catástrofe en la que zambullirse de cabeza. En relación con la catástrofe de las esposas pienso en Carmen y Astrid, en relación con la catástrofe del prójimo pienso en Götz, y respecto a ellos tres pienso: catástrofe de la vida, carambola humana, daño personal total.

Cuando Astrid terminó de llorar, a su alrededor había un semicírculo de montoncitos de pañuelos. Le acaricié una vez más la mano.

Se puso de pie, un poco avergonzada se aclaró la garganta y en el típico registro Astrid hizo una declaración al estilo Astrid sobre una típica actividad Astrid, que ella ejerció en el acto: limpió la casa, los espejos del baño, las cortinas, el jardín y yo fui a mi habitación que, pienso ahora, abandonaré lo antes posible. Lo antes posible abandonaré esta casa, una casa muerta para mí, que Astrid ha matado, la remató con su delirio de catálogos de muebles.

Cojines, lámparas de pie, arreglos de libros en mesas auxiliares, todo armonizado cromáticamente entre sí,  y por todas partes marcos  en los que Astrid ha encerrado fotos de gente supuestamente feliz, a saber, ella, Götz y yo. Pero las fotos en realidad están distribuidas en toda la casa por otro motivo, a saber, para fingir, ante sí misma y las visitas, que aquí viven personas felices, lo cual es, por supuesto, una mentira, pues en esta casa nadie en ningún momento ha sido feliz, pienso, aun de pie al lado de la ventana. Astrid ha cubierto la casa con un baño de “mesita auxiliar con libros y fotos enmarcadas”, un jarabe espeso que es el culpable de que aquí solo se pueda andar en cámara lenta, pues uno se queda pegado a ese jarabe mobiliario  y así cuesta muchísimo moverse. En nuestra casa impedidora de movimiento no sólo es pegajoso el mobiliario, también el aire, el aire doméstico en el que diariamente debemos vivir, es un engrudo gris por el que cada palabra cae pesada y eternamente, un engrudo en el que duele pronunciar cada palabra, porque durante años se la oye ser pronunciada y matar otras, un engrudo por el que uno debe abrirse paso luchando con tenacidad, de otro modo uno se queda en el lugar. Por eso aquí hay tanta lucha. Vamos y nos golpeamos unos a otros porque no nos queda otra opción, se puede decir sin temor a equivocarse que andamos por el engrudo de subsistencia golpeando sin interrupción por entre el jarabe mobiliario  distribuido y untado por todas partes, un engrudo que ha terminado por asfixiar a la casa, así es la vida en esta casa, así son los hechos.

Pero en verdad, la casa ya agonizaba cuando en ella vivíamos Götz y yo, pienso, y también cuando todavía estaba Carmen, ya entonces el proceso de descomposición estaba avanzado, hay que hablar con justeza. Pero cuando vino Astrid la casa murió definitivamente de muerte por asfixia y así nos estamos asfixiando Astrid, yo y mi padre, que de cualquier modo ya está muerto, pienso junto a la ventana. Está muerto, para mí lo está, igual que Carmen, mis padres están muertos para mí. Como padres están muertos, como Götz y Carmen por supuesto siguen existiendo, pero como padres están muertos, como padres nunca llegaron a existir o ellos mismos se mataron, qué sé yo.

Hay demasiado ruido, bajaré, debo hacerlo, pienso y  me coloco delante de la puerta de mi cuarto, de la que, sin embargo, enseguida me alejo. No quiero verlo, pienso, no quiero involucrarme en su mala situación relacional.

Respiro y vuelvo al escritorio y al pacto Hitler-Stalin, y me siento para seguir estudiando. Leo, tomo notas, me da dolor de cabeza y tengo prohibido pensar. Sólo esta noche y mañana no pensaré, y después se habrá acabado para siempre el absurdo aprendizaje de memoria de pactos, pienso. Y más importante aun, se habrá acabado todo lo demás, que es mucho peor, la institución del miedo, institución del terror, la escuela, en cuyos pasillos del terror se infunde miedo al futuro, y así yo misma lo tengo, cuanto más camino por los pasillos del terror sin ventanas, tanto más miedo tengo, pero mayor era el miedo que se difundía en las aulas, las centrales del miedo a las que los pasillos del terror conducían directamente. En las aulas nos aterrorizaron durante años con sus intimidantes consignas sobre el futuro y sobre profesiones con o sin futuro y sobre el poco tiempo, siempre decían eso, que no teníamos tiempo y debíamos darnos prisa para saltearnos años, y terminar el bachillerato cuanto antes, un bachillerato para el que debíamos obtener buenas notas y buen promedio, y de inmediato debíamos comenzar y terminar el bachelor  y el master, sin perder tiempo, tal como nos lo habían transmitido una y otra vez en la clase de futuro y a partir de tercer grado repartían casi a diario folletos sobre el futuro, y nos dieron lecciones de futuro en mercado laboral, exterior, disciplina, flexibilidad, prácticas, crisis económica y esa obsesión por el futuro, pienso sentada delante del pacto Hitler-Stalin, el cuerpo de profesores la debe haber sacado del periódico o algún ministerio se las puso en el oído, sí, pienso, todo el cuerpo de profesores debe tener una pulga de futuro detrás de la oreja,  en cualquier caso a mi amiga Lisa le decía siempre, ¿no nos pone suficientemente nerviosas respecto al futuro este pueblito donde nada es futuro sino que todo siempre es igual y lento?, le seguía diciendo a Lisa que se encogía de hombros, que siempre se limitaba a encogerse de hombros, recuerdo ahora, delante del pacto Hitler-Stalin.

El profesor Wolf es el que más atacado está, en su cuerpo de docente, por la enfermedad de futuro, y el que mayor trabajo ha invertido en transmitírnosla. Siempre nos decía que debíamos apurarnos, que debíamos abarcar todo lo que pudiéramos, y en la clase siguiente, ya vuelto un imbécil por causa de la enfermedad, decía lo contrario, que debíamos encontrar una especialidad, y una vez mi amigo Julian se puso a leer Törless u otra cosa, lo hizo como protesta contra el enfermo cuerpo docente, a diferencia del resto, que se dejó contagiar sin resistencia, pero, al ver al lector Julian, el cuerpo docente Wolf perdió nerviosamente la paciencia, el cuerpo docente Wolf atrapó en seguida al lector Julian y le tomó lección, el cuerpo docente le preguntó a Julian qué planeaba para su futuro, y por un rato largo Julian no dijo nada, y después dijo que quería estudiar ciencias teatrales o sociología, y entonces, créanme, el cuerpo docente Wolf gorgoteó y rio: ¿Y qué piensas hacer después? ¿Conducir un taxi? Ja, ja, el cruel régimen de futuro se rio así, tomando la apariencia del profesor Wolf, que no se avergonzó por corresponder tan perfectamente al cliché del tonto cuerpo docente intimidatorio, me acuerdo ahora desde mi escritorio.  No, el régimen de futuro, que había tomado posesión de él, reía a ojos vistas desde su interior, pienso y también se rio de mí, porque yo no quise dejar solo a Julian y dije: Profesor Wolf, yo también quiero estudiar eso, o tal vez voy al conservatorio de teatro, dije y él rio y no dijo nada,  sencillamente continuó con sus miserables lecciones de futuro,  pues él ya hace tiempo que no me habla, no, él cree que no necesito lecciones de futuro porque, según su opinión, no tengo futuro, porque él siempre se encargó de difundir o, mejor, esparcir en el cuerpo docente que no soy apta para el bachillerato. Ahora Astrid está gritando, más agudo, enseguida comenzará a insultar a Götz, lo oigo, seguro está llorando. Tengo furia en la boca. Tengo furia en los labios. Me he mordido tan fuerte, que siento el gusto rojo, y debería quedarme sentada en la silla.

Voy a la ventana, la cabeza afuera, otro cigarrillo. Arriba cuelga el cielo carcomido por las montañas, abajo está la calle, en silencio a la luz de los faroles. Esta calle es más bien un bracito de calle, y pegada a ella la caja de la parada de autobús del pueblo, que día tras día me atormenta con su aspecto triste y ridículo a la vez, y en la que ya no quiero esperar, porque en el fondo lo único que hago es esperar, y casi siempre he esperado en la caja de la parada de autobús, triste y a la vez ridícula. Ir a la la ciudad, lejos de aquí, pienso.

 

 

2

La ciudad tiene muchas ciudades dentro, pero por la noche es una ciudad distinta, uno se mete en su vientre. Hay que saber cómo entrar, y Patrick fue quien me ayudó a poner el pie en ella. Patrick, en cuya casa vivo hora, y de quien cada tanto escapo, corriendo por el vientre huyo de él, que me quiere poseer, me quiere tener en su casa de diseño, típica de funcionario, y agregarme a los muebles como si fuese uno más, que le hace más bella la vista, así es Patrick, pienso, y hoy Patrick quiere que yo vaya con él a una fiesta, la fiesta más im-por-tan-te del año, según dijo, es importante, me explicó hoy varias veces, toda la gente de su estúpido rubro estará presente, también Sue, y por eso me necesita como la-que-está-al-lado-de-Patrick. Bajo el pretexto de ir a comprar algo para tomar, me he podido escabullir y corro, aspirando las luces, bebiendo, una debería estar siempre borracha, pienso y bebo, bebo y busco a Jo, andando por el vientre de la fiesta.

Nadie está encargado de supervisar las condiciones que imperan en el vientre. Todo está obstruido por hombres y pobres que necesitan algo, y aquí abajo siempre hay algo que resulta ser algo sensacional, y a esto sigue una sensación mayor, y los hombres de modo invariable se lanzan juicios sobre la dimensión de las sensaciones. De día salen de los edificios y van por las calles a otros edificios a cumplir con un trabajo, y por la noche buscan aquí abajo una sensación. La primera noche me bebí todo, y después seguí bebiendo hasta que no quedó casi nada de mí. Así que aquí estaban las personas que se daban prisa en las calles y nunca se detenían, pero aquí abajo  tampoco se daban a conocer y volvían a desaparecer. Pero en determinado momento vino alguien que me tomó en sus brazos. Estaba oscuro, él llevaba una delgada máscara en el rostro, era un escenario, giramos alrededor de nosotros. Sus dientes eran como casas, en su piel sentí estrías y alrededor nuestro todo era tirar y arrastrar y lo tomé firme de la mano para que no me perdiera. En su cuello encontré un aroma que conservé para mí… no hay palabras para describirlo, era delicado y persistente y yo quería, ¡quería! Quería saber su nombre, pero lo entendí mal, entendí Jo. Después se fue y mi única esperanza es encontrarlo de nuevo aquí, en el vientre. También ahora lo busco, a Jo, y de pronto ahí aparece Patrick. Con una bebida en la mano está al acecho y me busca entre las cabezas que pasan, no hace otra cosa que, como un loco, rastrear mi cabeza en la multitud. Me hace señas para que me acerque. Patrick, pienso y a regañadientes voy hacia él, es peligroso y un psicópata en potencia, y con él, con el psicópata, tengo un contrato.

Patrick, que vive metido en su aburrido ordenador, Patrick, que en la carcasa de su ordenador guarda un corazón pequeño, encendido, que  lo vuelve loco y lo engatusa sin cesar, pienso a su lado y me quiero ir a buscar a Jo, pero soy obligada a quedarme al lado de Patrick, que ahora toma mi mano y en su cabeza está escuchando una única orden, a saber, atarme. Patrick: treinta recién cumplidos, director de arte, mucho trabajo, un rostro con gafas de marcos negros.

Líquido, transparente, castrado.

Haberme mudado a su casa fue un error enorme, pienso,  mientras sostiene con firmeza mi mano en la suya y encima me sonríe. Está a mi lado, bañado por una luz color azul oscuro, la música le da empujoncitos a su cuerpo, de hecho está durmiendo, pero cuando pasa algún contacto de trabajo, él enciende el rostro por unos segundos, dice un par de frases y sigue durmiendo. Dormido mantiene mi mano apretada y vigila que no me mueva del lugar. Desde que su novia, su ex novia Sue no vive más con él, Patrick no puede dormir, lo supe cuando una noche lo encontré en la cocina, que él acababa de ordenar y limpiar, y era eso lo que me había despertado.

Esa vez me dispuse a socorrerlo en seguida, porque cuando alguien tiene insomnio, y no está muerto del todo, hay que ayudarlo, pensé y lo aconsejé del modo más diletante y autocomplaciente, típico de hija de psicólogos, toda la noche en la cocina, sí, se puede decir que pronto la noche en la cocina y yo tuvimos una aureola, y después todos nos acostamos en su cama, donde él efectivamente se durmió a mi lado, tomado de mi mano, algo que entonces me emocionó y hoy me da rabia, una y otra vez, pues una y otra vez me acuesto a su lado y  siempre me da rabia, cada vez más, pronto la cama explotará o se prenderá fuego. No puede dormir, pienso, y por eso se procuró un sustituto, me consiguió a mí como sustituto de Sue, para que llene su casa con mi olor y mi voz. Pues la verdadera causa del insomnio no es Sue, Sue no importa, a ella también sólo la quiso como sustituto, no, la verdadera causa del insomnio es la enfermedad de la soledad que lo consume, que en realidad ya lo ha devorado hace tiempo, según puedo comprobar desde que observo su vida, que consiste en trabajo, productos e invitaciones y más trabajo, productos e invitaciones. Patrick, y pienso y lo observo de reojo: su nariz, no me dice nada; su boca, no me dice nada; toda su cara, no me dice nada. Patrick va por el mundo en un auto de juguete a control remoto y me descubrió en uno de los anaqueles. Me descubrió, me cogió y me compró, hay que decirlo con claridad, yo me dejé comprar, pues necesito futuro y Patrick, en el corral que es su mundo, necesita una muchacha que esté alrededor de él, así es el trato. La que está alrededor no ha de ser cualquiera, sino una que encaje cromáticamente; debe ser forzosamente una que se pueda ver desde el cerco, pienso y miro a Patrick rascarse su cabeza cercada, en la que él, muy a pesar de todos los involucrados, está atrapado.

Una muchacha, no una mujer. Una muchacha, pues, que se alcance a ver desde el cerco, pienso, es, según la concepción de Patrick, una que no tiene ningún pelo de la pestañas para abajo. Si ve un pelo en un lugar equivocado, se pone histérico y lo corta de inmediato, porque tiene miedo de ser visto con una chica que tiene un pelo en el lugar equivocado, pienso y me presenta a un hombre, un escritor, que se sumó a nosotros, a Patrick y a mí, los unidos con cadenas. Patrick me besa con el propósito de ostentar. De hecho, pienso, Patrick quiere meter en su corral a una muchacha que luzca igual que las muchachas de su revista, algo que expresa bien su calidad de controlado a distancia y hace que alcance su increíble momento culminante, pues Patrick, pienso, quiere que su momento culminante se lo procure una chica que sea competente sexualmente pero que nunca haya tenido sexo y en lugar de esto, pienso, Patrick, controlado a distancia, alcanza el increíble punto culminante de toda su ilimitada tontería. Además, pienso, la muchacha que se alcanza a ver desde el cerco no debería fumar o hacerlo sólo ocasionalmente, no debería beber o hacerlo sólo ocasionalmente, debería decir ocasionalmente cosas que suenen inteligentes y debería exponerlas en un tono comedido, debería tener la perspectiva de un título profesional estupendo o mejor ya tener algo estupendo, pero no tan estupendo, debería rodearse del mismo arte, los mismos libros, los mismos periódicos, las mismas películas, los mismos muebles, los mismos temas de conversación: en suma, debería estar sin vida, de ser posible, muerta.

Patrick, pienso, debe haber errado el cálculo en mi caso, de otro modo no se explica que me haya puesto en su corral. Posiblemente, debido a su insomnio,  estaba dispuesto a hacer concesiones o fue incapaz de reflexionar, en cualquier caso calculó mal y ahora intenta podarme y recortarme para sus propósitos y este Patrick controlado a distancia y efectivamente misántropo, este jardinero peligroso debo decir, corre de aquí para allá sin ser reconocido, y es él mismo quien menos se reconoce, pienso y esta situación horripilante en el fondo sólo demuestra lo que intuí desde siempre, que la emancipación, a la cual Carmen consagró una biblioteca entera en la casa, ha fracasado, ha salido mal. Desde siempre lo intuí, ahora lo sé con certeza. Salió mal, se malogró por completo. Mi cabeza es una cabeza traída hasta aquí desde el pasado y puesta sobre mi vestimenta contemporánea, nada más. Nada se modificó en mi cabeza, es una sofocante sala de mujer con puras mentiras urdidas, desperdigadas y aún sin ser descubiertas, mi cabeza está atestada de rulos y cortinas. Cortinas que no he colocado yo, pero lo que sí me he traído es el jardinero controlado a distancia que ha de fijar y clavar toda mi vida y en este sentido el jardinero controlado a distancia no calculó mal, pienso meneando la cabeza y observo a Patrick y al escritor, que deben digerir su aburrida charla, que sólo están obligados a digerir por motivos económicos. El escritor se vuelve hacia mí y sonríe. Patrick se acerca a mi mejilla. Me roza el oído y susurra que ahora nos vamos, y asiento una vez más. Dentro de su carcasa, pienso, Patrick es alguien profundamente inseguro, alguien a quien los desafíos actuales y los contradictorios mensajes acerca de la vida que salen de su iPhone le caen directamente en la cabeza cercada, donde él les presta obediencia, pero donde también provocan un caos funesto que él intenta ordenar con todas sus fuerzas, con violencia, pienso. Por eso debo abandonar cuanto antes el corral, el sector, mañana mismo, pienso. ¿Puedo ir un segundo al baño?, interrumpo al escritor y a Patrick. El escritor arruga la frente y mira sorprendido a Patrick, que se apresura a asentir. Doy las gracias y corro a buscar un vodka para después desaparecer. Mañana mismo abandonas el corral. Hay que poner fin a la poda. Él te está podando, tú te dejas podar, y juntos son un comando de poda y tú eres la incitadora. En algún lugar de ese lodazal transmitido por siglos, que se conserva en tu cerebro, pienso, está escrito que tú quieres dejarte administrar por un jardinero. A ti también, pienso, deben haberte caído distintos mensajes actuales en la cabeza sobre el lodazal transmitido. Los mensajes que dicen que no corresponde en absoluto ir a dar a las manos de un jardinero para dejarse administrar. El lodazal es incompatible con los mensajes actuales, que también dicen: sé una mujer completamente liberada, sé femenina, pero sé también como un hombre, liberada sexualmente, haz el mayor número de locuras sexuales, déjate follar locamente y muéstrate al mismo tiempo consciente de tu valor (por eso no quiero tener nada que ver con actos sexuales y, de verdad, no puedo realizarlos). La información de propaganda que cayó en mi cabeza, pienso además, ha causado en combinación con el lodazal trasmitido una explosión y dejado tras de sí una cabeza totalmente confundida, una cabeza ávida de destrucción, una cabeza de hombre lobo, pienso. Durante el día mi cabeza es la urdidora cabeza de esposa, que gustosa habla de productos con Patrick y lo ayuda a dormirse, pero si la cabeza de esposa tiene escape, se transforma en la cruel cabeza de lobo, que está poseída por una infame avidez de destrucción en relación con Patrick, así es, pienso. Delante del baño encuentro al escritor, que seguramente me debe haber seguido, me pregunta si también voy a no sé qué fiesta, sí, digo y me choco con Patrick, que me está buscando, me toma del brazo y dice que quiere irse ahora, vienes conmigo, ya mismo, me quiere detener, llevar. Me zafo, sigo caminando, me abro paso entre la multitud hasta la salida, seguida de cerca por Patrick, que trata de cogerme, afuera el escritor le hace señas a un taxi y subo. Patrick se queda solo, viajamos en taxi, la ciudad está llena de luces, el taxi las adelanta y avanza hacia otras nuevas, y después de 88 noches en el vientre estoy tirada, entre otros, en compañía del escritor, debajo de una barra, un mecanismo especial que me provee de vodka y pastillas, cada uno lo va cargando con algo, el escritor se pone encima de mí, le corre sudor por el pelo de compositor, de a poco se le vuelve gris y él comienza a llorar, se aprieta contra mí para que seamos uno, dos cuerpos uno al lado del otro que no pertenecen uno al otro, pienso, nos contemplo, giro la cabeza y trato de ver si Jo está entre los que bailan arriba de mí, pero solo veo  personas que tiemblan, no puedo decir si de alegría o de miedo. Me escapo a gatas y busco una salida, veo piernas que patean el piso al ritmo de la música techno, me alcanza un puntapié en un costado, estoy tirada y veo los pies, que patalean, pienso, no, que marchan, pues no hacen otra cosa que marchar acompasadamente, y en el otro extremo del cuerpo, las manos están formadas en el aire, donde, como si siguieran una orden,  rebosan de alegría y marchan fuera de su rutina, pienso y siento que mi nariz estalla. Música techno, la música de marcha que acaba a pisotones con el individuo y sirve de acompañamiento a la estupidez colectiva, la tecnología para la estupidez colectiva, lo más estúpido que jamás produjo la humanidad en el plano musical, el techno será nuestra ruina, pienso, cuando ya no tengo más aire, porque alguien está de pie sobre mi caja torácica y comienza a dar saltitos, Hitler habría querido escuchar techno, y habría ordenado techno para todo el país, también mi ex cuerpo docente, todos ellos deben haber estado escuchando techno cuando les vinieron sus desinfectadas ideas de estandarización, también Götz, presumiblemente, es un secreto oyente de música techno. Techno, pienso, mientras la música crece y las distancias entre los pataleos se comprimen, la música de los intencionalmente bobos, a los que nada interesa, que ya no intentan nada, salvo sus rezos techno, pienso y avanzo cuerpo a tierra y recojo mis dientes, que decido vender como pastillas, si es que lo permite mi estado de salud. Noche tras noche el vientre de vapores blancos. De la pared negra cuelga arte hecho de órganos arrancados, envueltos en papel film, noche tras noche, lo veo, se encuentran dos en la barra y se gustan.

¿Qué es eso?

Es una mirada de ojos que observan detenidamente, es tal vez el temblor que perciben en el otro como respuesta a su propio temblor, es un olor tibio que, sedientos, absorben de la camisa del otro. Ellos mismos se acordonan, también la barra está envuelta en señales de advertencia.  En el mostrador tinta negra y el convenio, pues debe estar claro desde un principio: no puedo dejarte entrar, me han quitado algo y no me lo volvieron a instalar, no me preguntes qué, pregúntales mejor a mis padres, con gusto despliego aquí ante ti y sobre el mostrador todo mi carácter complicado. Como sea, no debes exigir mucho de mí y te prometo tampoco exigir mucho de ti. Los envueltos en la cinta de acordonamiento dan a entender brevemente que están bien dispuestos a hacer todo lo posible pero que, de modo general, no se consideran capaces de hacer eso que ya saben y entonces abandonan el vientre y se acuestan en una cama, que a la mañana siguiente está descolorida y embadurnada, y también fría, porque uno, cumpliendo con el convenio, ordena rápidamente la habitación sangrienta, así es, así lo oí una y otra vez de los que gritan de dolor, así habría pasado conmigo, si no hubiera salido corriendo a tiempo, para impedir que me arrancaran el corazón,  lo que remite de nuevo a todo el problema de la aniquilación del corazón, pienso. El vientre en que tú nadas: un ambicioso proyecto  de aniquilación del corazón,  un lugar de maltrato al corazón, arrancar, dejar a un costado, y siempre así. Pasan rostros lívidos, violetas y húmedos. Nado entre la multitud y quiero salir, quiero llegar a un cuello, al cuello de Jo, pero no lo encuentro, sólo Patrick de pronto vuelve a estar tirando de mí y veo dentro de sus ojos, por los que puedo penetrar, en la oscuridad, no vendrá nada más, nada más vendrá, él tira de mi mano que yo separo, y me alejo, sigo nadando, avanzo noches enteras por el vientre, del que nunca encontré la salida.

 

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